martes, 21 de diciembre de 2010

Jaque al rey II

Los ejercitos están dispuestos
el arte de la guerra va a comenzar.
Los miles gloriosus van finamente ornamentados
con sus armaduras blancas y negras,
doradas y plateadas las más engalanadas,
los gallardetes y estandartes se elevan altivos.

El general es terrible, impaciente, espera descargar su ira
pero no puede moverse antes que la infantería
o el ataque fulminante de la caballería ligera.
Tal vez desea un arriesgado sacrificio
que catapulte a esta Juana de Arco a avasallar al rey enemigo.

Estalla la guerra entre la neblina
la infantería toma posiciones en el centro del valle.
La caballería salta alegremente por los flancos.
La dama blanca, noble, regia y apolínea, coqueteando deja ver su estrategia.
Le siguen los alfiles, reminiscencia de los antiguos elefantes
que impresionaron a Alejandro Magno.

Teme, sin embargo, una clavada o un fianchetto que acabe
 con su relampagueante y formidable asedio.

El rey enemigo, dionisíaco caudillo, se agazapa enrocando
con sus máquinas de guerra en las que confía firmemente.
La dama sigue con su vals mientras propone una celada
que, para tristeza del rey negro, le acaba tomando al paso
dejando su flanco al descubierto.
Se avalanza la torre en séptima, la dama sonrie de nuevo
recordando lo que diría la reina de corazones.....

Cuantas veces hubiese querido que los conflictos
se dirimiesen así en el tablero.........pero silencio
el ejército de terracota vuelve a dormir en su mausoleo,
soñando quizás con la próxima batalla.

Ginés Pérez


lunes, 6 de diciembre de 2010

El cuento del minotauro arlequín

Dorothy salió disparada hacia el mundo de Oz.
Los milicondrianos se le arremolinaban
alrededor de la zona pélvica,
pero allí sólo había leones sin coraje
espantapájaros sin cerebro
y hombres oxidados sin corazón.

Aquella zona, escudriñaba inventos freudianos...
sólo que ya no se sentían mágicos
ya no era una zona de confort,
y los hombres oxidados le dejaron su óxido y robaron su corazón.
Nada bien, nada bien, -decían-...
Creo que buscaba algo más elevado
pero aún no lo encontraba.

Se sentía como prisionera de la caverna platónica
había allí minotauros extraños
de los que se divierten con acertijos...
Pero ella prefiere a los minotauros arlequinados,
al gato del laberinto, que le señala el rumbo inescrutable
de su vida, al que llegará caminando.




                                                                                                               Por Eli Valarino y Ginés Pérez